Telas africanas, insectos gigantes, helados de leche de cabra del Guadarrama… Propuestas refrescantes para salir de la rutina turística en el real sitio serrano. Otro planazo: subir al monte Abantos para ver las perseidas, las lágrimas de San Lorenzo
El colmo de la tradición, de lo de siempre, es empezar el día tomando un chocolate con picatostes en la cafetería del hotel Miranda & Suizo (Floridablanca, 20), el más viejo del lugar, de 1846. ¡28.000 de esta delicia sirven al año! Para ello fríen un pan especial, de miga suave y muy compacta, que elabora ex profeso el Obrador Abantos (Calle el Rey, 6). El no va más de lo contrario, de lo actual, de lo refrescante —sobre todo, en verano—, es desayunar en la terraza del Café Tida (plaza de las Ánimas, 3), saboreando una omelette, un té Ataya o un café Touba de Senegal. De este país es la dueña, que también da nombre y vida a una cercana tienda de tejidos africanos, TidaColy (Cervantes, 7), donde casi hay que entrar con gafas de sol: tan deslumbrantes son las telas. Para el calor, nada como un abanico de Ghana y una túnica hecha a medida con tela mauritana.
Para colores vibrantes y diseños atrevidos, los que lucen las mariposas del cercano InsectPark, un microzoo donde los niños se lo pasan en grande jugando al veoveo con insectos tropicales de increíble camuflaje, tarántulas vivas, milpiés gigantes y otros adorables bichos que el naturalista Pedro Velasco ha reunido durante 40 años de expediciones científicas por todo el mundo. Otro lugar que gusta a los críos es la senda La Horizontal, un camino llanísimo de seis kilómetros por el pinar del monte Abantos, donde están escondidas nueve figuras de animales que hay que capturar con la cámara. Luego llevan las fotos a la oficina de turismo (Grimaldi, 4) y les dan un premio. En la web de turismo de la localidad madrileña se describen con detalle esta y otras actividades para familias. Y rutas para senderistas más o menos pro. Y planes con mascotas, porque San Lorenzo de El Escorial es dog friendly. Hasta las visitas guiadas al real sitio se pueden hacer con perros.
Un lugar histórico amenísimo —nada que ver con los serios monumentos de Patrimonio Nacional— es el museo Cocheras del Rey (calle del Rey, 41), donde se muestran más de medio millar de objetos relacionados con las jornadas de la corte: desde un coche para transportar perros de caza de principios del siglo XIX hasta un sillón de escritorio-bidé con el que una cortesana viajaba para pasar aquí la temporada de otoño, como los reyes. Esta fabulosa colección privada ocupa varios edificios de 1771, el mismo año en que se construyó el Real Coliseo Carlos III (Floridablanca, 20). Para ver este vetusto teatro de corte —el recinto dramático cubierto más antiguo de España— hay visitas teatralizadas gratuitas todos los martes y jueves a mediodía. La alternativa, si no queremos recorrer esta bombonera dieciochesca detrás de un actor con peluca, es explorar el moderno Teatro Auditorio (parque Felipe II s/n), obra de Picado de Blas Arquitectos, que solo tiene 18 años. Es un prodigio arquitectónico de nuestro tiempo: una mole de 10 pisos que se ha escamoteado soterrando ocho, forrando de granito lo poco que asoma y dejando un viejo pinsapo en medio. Muy escurialense —por el tamaño y por el granito— y muy zen —por el árbol solitario—.
Pistas ‘gastro’
Si nos gusta el monte, pero no comer sentados en una piedra, lo haremos en el restaurante El Horizontal o en el quiosco Fuente del Seminario. El primero está junto a la senda La Horizontal, la del safari fotográfico. El segundo, en el bosque de La Herrería, a la sombra de unos castaños. El quiosquero, Carlos Agudo, es geógrafo y explica a sus clientes todo lo que hay alrededor con la ayuda de unos paneles informativos. En el restaurante Montia la naturaleza está en sus raíces: platos de monte y de huerto que le han hecho ganar, perder y recuperar —es una larga historia— una estrella Michelin. El postre lo tomaremos en alguno de los tres establecimientos de Paco Pastel: tienen fama sus bizcotelas y sus torrijas. Pero los que saben, suspiran por sus palmeras de chocolate. Y por los cruasanes de Pontón (San Antón, 1). También son célebres desde 1942 los helados de Los Valencianos (Juan de Leyva, 1), pero el último grito son los de leche de cabra guadarrameña de la microheladería trashumante Campo a Través (San Agustín, 2), que abrió el pasado mes de mayo.
Con leche de cabras de la misma raza elaboran sus quesos en La Cabezuela (plaza de San Lorenzo, 20). En la cesta de la compra tampoco deben faltar los vinos fermentados, las conservas y la miel de La Carpetana (calle del Rey, 12). Ni la carne de vacas mimadas de Jiménez Barbero (Las Pozas, 181). ¿Algo más? Sí, unas madejas de lana del país de dLana (calle del Rey, 32), donde todos los días se reúnen manos expertas que nos enseñarán a tejer un jersey calentito. ¿En verano? Sí, que luego aquí refresca.
Si pudiéramos cenar una noche en tres restaurantes distintos, elegiríamos, de primero, el aguacate de Taberna Yamaoka (Las Pozas, 31). La decoración del local, obra del artista y cocinero japonés Kiyoshi Yamaoka, no gusta a todos. La ensalada de arroz, alga wakame, aguacate y tartar de atún, sí. De segundo, los rigatoni a la marinera de Vesta Taberna (Xavier Cabello Lapiedra, 2): su secreto está en la pasta, elaborada por Obrador Abantos. Y de postre, la torrija caramelizada de Ku4tro (Floridablanca, 28), una tapería moderna y céntrica a más no poder, que está a dos pasos del pequeño hotel con encanto De Martín, de la misma familia. Otro alojamiento familiar con estilo es San Lorenzo Suites.
Pero antes de irnos a la cama, saldremos a ver las perseidas, las estrellas que llueven sobre el hemisferio norte durante buena parte del verano. Precisamente este sábado 10 de agosto, día de San Lorenzo, hay un diluvio de ellas. Por eso las llaman también las lágrimas de San Lorenzo y por eso mucha gente sube andando esta noche al monte Abantos con los guías del Aula de Naturaleza Graellsia, para estar más cerca del santo y de sus lágrimas, en completa oscuridad.