Los taxis forman hoy parte del paisaje urbano de Madrid. Su labor es indispensable para poder desplazarte por la ciudad. Sería imposible concebir la vida actual sin ellos, pero: ¿cómo lo hacían antes de que se inventara el coche?
Aunque parezca inverosímil, antes del coche ya existían “taxis” en Madrid. No estamos hablando de los típicos carruajes tirados por caballos. Hoy nos vamos a centrar en las curiosas “sillas de mano” y el cómo el propio rey tuvo que intervenir para regular su servicio.
MUCHA GENTE, POCOS SERVICIOS
Madrid cambió a velocidad de la luz cuando Felipe II decide instalar aquí la capital de España. Esta pequeña villa del centro del país tenía poco tiempo para convertirse en una importante ciudad y, como tal, recibir a una gran cantidad de personalidades.
Madrid y los madrileños hicieron lo que pudieron. Junto a toda la corte, a la nueva capital llegaron numerosos nuevos habitantes con el objetivo de encontrar un futuro mejor para sus familias e hijos. No siempre era posible.
Nueva gente, nuevas necesidades. La primera de ellas era buscar que todas estas personas pudieran tener un oficio del que poder vivir. Con la llegada de la corte se crearon numerosos trabajos nuevos para cubrir las exigencias y caprichos de los nuevos madrileños y que pudieran mantener a todos los que llegaron a buscarse la vida.
LA PLAZA DE LOS HERRADORES: LA PARADA DE LAS ‘SILLAS DE MANOS’
Para poder hablar de estos primeros taxis llamados ‘sillas de mano’ hay que trasladarse a la plaza de las Herradores, en pleno centro, muy cerca de la Plaza Mayor. Aquí hay una placa que dice lo siguiente:
“EN ESTA PLAZA DE HERRADORES ESTUVIERON EN EL SIGLO XVII LAS PARADAS DE LAS SILLAS DE MANO, LOS PRIMEROS TAXIS QUE CIRCULARON POR MADRID”.
Esta pequeña plaza del centro toma su nombre del gremio que en su tiempo trabajaba allí: los herradores. Aquí era donde tenían las caballerizas donde realizaban su oficio allá por el siglo XVII. Con el tiempo se le desplazaría a otro lugar por el ruido que hacían sus yunques y golpes.
Hablando de curiosidades de esta plaza, en una de sus esquinas encontramos una curiosa tienda con dos nombres y dos números. ‘El Arca de Noe’ y ‘El Barco’. En el siglo XIX era dos establecimientos que estaban juntos. El primero de ellos, paradójicamente por su nombre, era una carnicería; el segundo, una tienda de ultramarinos.
Hoy sigue albergando una tienda centenaria: Fieltros Olleros. Anteriormente se encontraba en la calle Mayor. Está vende fieltros, telas y banderas. Sin embargo, si por algo fue muy famosa en Madrid es por su especialidad en capas hechas con lana merina de Béjar.
UNA SOLUCIÓN DOBLE A GRANDES PROBLEMAS
Volviendo al tema que nos atañe, la historia de los primeros taxis de Madrid viene de la mano de esa crecida de población originada por la llegada de la corte a la nueva capital. La Villa triplicó su número de habitantes en muy poco tiempo, lo que supuso varios problemas de urbanismo.
El primero de ello tenía que ver con los carruajes. La forma que tienen las calles estrechas del centro dificultaba mucho su paso por ellas, que cada vez era más frecuente. Además de ello, estos se movían tirados por mulas y caballos a los que había que alimentar, por lo que eran muy costosos de mantener.
Todo esto fue animando a que cada vez más se restringiera el tráfico. Sin embargo, esto traía consigo otro problema: ¿cómo desplazarse por la ciudad? Lo cierto es que Madrid no era tan grande como ahora, era muy fácil poder ir de una punta a otra de la villa sin cansarse demasiado, pero no todos estaban dispuestos a ello.
La Corte y la nobleza no querían mezclarse con el vulgo por las calles, ni mucho menos tener que ensuciar sus vestidos. Por este motivo, se buscó una solución que además daría lugar a un nuevo oficio: nacieron así las sillas de mano.
ASÍ ERAN LAS FAMOSAS SILLAS DE MANO
Las sillas de manos eran un pequeño compartimiento que tenía un asiento. Algunas llegaban a tener dos, pero estas eran conocidas por literas y tenían que ser tiradas por mulas. Las individuales, eran transportadas por los silleros.
Este pequeño habitáculo tenía tres ventanas de cristal. Estas solían ir tapadas con una serie de cortinas para que aquellos que quisiera preservar su intimidad pudieran hacerlo. Eran portadas por cuatro personas.
En su exterior tenía un par de barras largas de madera. Los silleros se enganchaban a ellas a través de unas correas, para que les fuera más cómodo el trayecto. Al principio eran de propiedad privada, pero más tarde se comenzaron a alquilar a todo el que pudiera pagarlas.
Muchas de ellas aún hoy se pueden contemplar en lugares como el Museo de las Cocheras del Rey, en San Lorenzo del Escorial. Aquí se muestran todos los vehículos que utilizaba la familia real en aquel tiempo lejano.
EL NUEVO OFICIO DE LOS SILLEROS
La primera parada de las sillas de manos se instaló en la plaza de los Herradores, de ahí la placa conmemorativa. En seguida se empezaron a expandir por todo Madrid, habiendo “estaciones” en la plaza de la Cebada, Antón Martín, Puerta del Sol o el Palacio Real.
En estos lugares se emplazaban las sillas de manos, además de los porteadores. Estos hombres eran conocidos como silleros. Cada silla era llevada por cuatro silleros. Si el trayecto era largo, se solían llevar relevos para que el viajero no tuviera ningún retraso.
Todos querían ser silleros en Madrid. Era un nuevo oficio que suplía esa necesidad de buscarse la vida que tenían todos en la nueva capital. Se convirtió en un oficio tan popular que muchos pillos y rateros decidieron embarcarse en él, no siempre cumpliendo con sus obligaciones.
Esto hizo que el propio rey tuviera que regular esta profesión, creando una licencia propia. También tuvo que fijar los precios. Las sillas de mano empezaron como un servicio privado, pero enseguida se convirtió en un servicio público al alcance de muchos madrileños, al igual que lo son hoy los taxis.
LAS SILLAS DE MANO, UN GRAN SÍMBOLO DE NOBLEZA
Las sillas de mano no eran un simple medio de transporte de tracción humana. Estas se convirtieron en todo un símbolo de una clase social que fue cambiar hasta de modificar la arquitectura de las casas.
En los edificios madrileños se empezaron a construir los escalones más anchos, para que estas sillas de manos pudieran subir con facilidad hasta las antecámaras de los más ricos de la capital.
La mayoría de sus usuarios eran las damas de alta nobleza. Ellas ni siquiera tenían que acercarse a la plaza de los Herradores, sus criados eran los que iban a pedirles “una silla” para que pudieran hacer su camino.
Pero no solo eso, estas se empezaron a decorar de manera extravagante pues, cuanto más lujosa fueran las sillas de mano, más dinero y poder parecía que tenía esa persona. Tanto se pasaron que el rey también tuvo que regular la ornamentación de las mismas.
Hoy en Madrid solo tienes que levantar el brazo para que un taxi te lleve a cualquier parte en poco tiempo. Menos mal que los taxistas ya no tienen que recorrer la capital cargando con sus clientes como si lo hicieron aquellos primeros silleros