América también para los españoles
Una exposición en la Torre Iberdrola de Bilbao trata la contribución de la monarquía de Carlos III a la independencia de Estados Unidos y la emigración vasca del siglo XX
El historiador estadounidense Charles F. Lummis escribió en 1928: “No hemos hecho justicia a los exploradores hispánicos porque no hemos sido informados adecuadamente”. A paliar esa falta se consagra, en esta era de “América para los americanos”, la exposición La memoria recobrada, huellas en la historia de Estados Unidos, que abrirá al público el 10 de abril en la planta 25 de la Torre Iberdrola, rascacielos con vistas al nuevo Bilbao.
La muestra, comisariada por José Manuel Guerrero Acosta, “historiador y militar en la reserva”, está escorada inevitablemente a lo castrense y pretende esclarecer “las contribuciones de la monarquía española en la fundación de Estados Unidos, así como la importancia de la emigración vasca a Norteamérica”. Para ello, se ha contado con unas 210 piezas entre pinturas, documentos, trajes, mapas, esculturas, armas o modelos navales.
La historia comienza en tiempos de Carlos III, cuando la mecha ilustrada prendía alentada por los vientos de progreso llegados de Francia. Como testigos de aquella época aguardan en la primera sala Voltaire, Diderot, un ejemplar de la Enciclopedia y algunos de sus parientes españoles, como Xavier de Munibe, conde de Peñaflorida, “ilustrado español, escritor en euskera” e instigador de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.
Cuadros prestados por el Prado (uno de los museos convocados junto a otros muchos, como el Wadsworth Atheneum Museum of Art de Connecticut, el Lázaro Galdiano de Madrid, el San Telmo de San Sebastián o el Bellas Artes de Bilbao), mapas de las primeras expediciones científicas, trajes o pianos de época sirven el contexto social, económico y cultural antes de cruzar al otro lado del Atlántico. Allí, a finales de los setenta del siglo XVIII, los ejércitos francés y español se sumaron a la causa independentista contra los ingleses.
En aquellos tiempos convulsos destaca un personaje, el bilbaíno Diego de Gardoqui (1735-1798), primer embajador en EE UU, que recibió el encargo real y confidencial de enviar a los rebeldes de las 13 colonias armas, medicamentos y otros pertrechos a través de su compañía marítima. De ahí las palabras de agradecimiento de Benjamin Franklin en 1780, incluidas en la muestra. Y de ahí también su relación con George Washington. Como el comisario no ha podido echar mano documentos de época que ilustren esa relación, pues no existen, ha encargado a Fernando Vicente una ilustración en el que esta se recrea.
No es el único anacronismo que Guerrero Acosta se permite con fines didácticos. Para contar su historia ilustra en formato animado un cuadro del célebre artista de la revolución estadounidense John Trumbull o recurre al pintor hiperrealista contemporáneo de batallas Augusto Ferrer-Dalmau, que aporta una marina sobre la conquista de las Bahamas en 1782 y recrea la toma de Pensacola, decisivo episodio de la contribución española a la liberación de Florida, que dio fama a otro de los personajes clave de este relato: Bernardo de Gálvez, a quien el comisario dedicó una muestra en Casa de América de Madrid. El molde de una estatua del capitán, cuyo retrato hizo colgar la administración Obama en el Senado de EE UU, luce en la exposición a la espera de que se cumpla la promesa de colocarla en la plaza de Colón.
Diorama naval
El recorrido plantea entonces un salto hacia la segunda parte, marcado por el diorama de una batalla naval: la emigración española (y especialmente vasca) a EE UU. Por esa elipsis se escurre la guerra hispano-estadounidense de 1898, “no por descuido”, explica Guerrero Acosta, “sino porque la pretensión era contar otra cosa”.
Y esa otra cosa incluye historias de vascos de probado arrojo: balleneros, como Joanes Echániz, que escribió su testamento en Terranova en la Navidad de 1584, pelotaris de jai-alai, pastores de Idaho o aquellos 60 marines que transmitieron órdenes en euskera durante la II Guerra Mundial para confundir a los japoneses.
La muestra se cierra con dos piezas lumínicas de los artistas James Turrell y Dan Flavin, de la colección Iberdrola de arte contemporáneo, y con un autohomenaje: el relato de cómo la firma hizo su propio viaje a las Américas y acabó cotizando en Wall Street desde finales de 2015 a través de su filial Avangrid.